“Algo que nadie hizo”, un relato nacido en la memoria de Federación, la ciudad que desapareció bajo el agua

La novela del entrerriano Matías Aldaz, libro elegido de la semana, es una poética y atrapante ficción con raíces en la experiencia de pérdida de su ciudad natal. Esa que cuentan y sueñan sus vecinos en “Construcción de una ciudad”, el estupendo documental de Néstor Frenkel, con el que dialoga.
Mariana Mactas
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Mariana Mactas
La biografía del escritor argentino Matías Aldaz podría empezar así: “Nació en el año del golpe militar, en una ciudad que ya no existe”. Es lo que un lector argentino puede traducir de ’1976′ y de ‘Federación, Entre Ríos’. Sobre todo si sabe, o recuerda, que fue la ciudad que quedó bajo agua por la construcción de una represa, Salto Grande, con su población trasladada a la Nueva Federación. La ciudad actual, construida para albergar a los que vieron desaparecer sus casas.
Elegida como “Novela del verano”, según el concurso que organiza la preciosa librería marlplatense El Gran Pez para seleccionar la lectura ideal para las vacaciones, Algo que nadie hizo, la novela de Aldaz, se construye con textos breves de una prosa poética que enamora a primera vista. Y que, como dice el sello, “nos sumerge en la historia de un pueblo fantasma y sus últimos habitantes, con ecos de Rulfo y Lynch”.

Hay un narrador que habita una casa rodante, del otro lado de la muralla que encerró su pueblo, ahora vacío. Y que se dedica a plantar árboles como los que allí había. Un yvyrá payé. Un jabuticabeira. Un yuasi-í. Un guaviyú. Un aromito. Un ñandubay. Una mangueira. Un sauce. También, a explorar ese lugar que fue el suyo. ¿Cómo? Metiéndose en las casas ajenas deshabitadas. Un narrador que, iremos sabiendo los lectores, carga su propia mochila de historia familiar.
Aldaz, que es abogado además de escritor, construye su relato con atención a los sonidos de un lenguaje mestizo. Palabras en guaraní que mezclan con el español así como la naturaleza crece y se adapta (o no) a sus nuevos espacios.

Imposible no linkear la lectura de Algo que nadie hizo con el extraordinario documental Construcción de una ciudad (2008), de Néstor Frenkel, que registra las historias de la gente de Federación en primera persona, y puede verse en Youtube. Ambas pueden inscribirse entre lo que produjo una memoria colectiva de la ciudad desaparecida bajo el agua. ”Creo que la literatura, como hecho artístico, se nutre de la experiencia, sea como sea que ésta penetre en uno (como vivencia, como lectura), para después salir trasmutada -dice Aldaz-. La novela es algo deudora de aquel hecho histórico, y traumático”.

Si Frenkel recogió los testimonios de los vecinos, Aldaz, que tenía tres años cuando el gobierno militar anunció y puso en marcha el plan de construcción de la represa, los recibió de primera mano. “Los escuché toda mi vida, de mis padres, mis abuelos, mis tíos, sus amigos. Siempre decían lo mismo: hablaban del destierro, del dolor que eso causa, ese desorden identitario que los atravesó a todos. Yo nací en esa ciudad que ahora está abajo del agua, que no existe. Esa es, si se quiere, mi primera pérdida, y seguramente que me marcó mucho. Y es muy probable que marque y tiña de alguna u otra manera lo que escribo. Y es por eso que aparece este lugar, algo metaforizado, fronterizo a esa ciudad, que no es Federación, pero que se le parece”.

Uno de los personajes célebres de Federación, nombrado ciudadano ilustre, destacado protagonista de Construcción de una ciudad, es Adhemar Dri, tío abuelo de Aldaz. Su trabajo en defensa del medio ambiente empezó con sus manos, que trasplantaban árboles a una plaza de la ciudad nueva, tal como hace el personaje de la novela. Una metáfora perfecta del traslado de las personas y su necesidad de adaptarse y echar raíces. Pocas imágenes tan conmovedoras como la de Adhemar insistiendo con el trasplante de un algarrobo que crece sólo al principio, para morir después, negándose a adaptarse el nuevo suelo. Como les pasó a muchos habitantes de la ciudad inundada, especialmente a los viejos.

Sobre la construcción de la novela, dice Aldaz: “Lo que pasó fue que estando en pandemia, varado en Federación, y después de haber escrito una novela extensa y dura, sobre la tragedia de unos compañeros míos de la primaria, algo exhausto ya, vi la foto de Adhemar en un diario de la ciudad, en el que lo nombraban Ciudadano Ilustre. Y enseguida me dije: ‘la próxima novela va a ser una novela amable’, y de inmediato enlacé a Adhemar con lo que iba a escribir. Tres años después, me senté frente a la computadora y puse: ‘Trasplanté ciento dieciocho especies de árboles’. Y de ahí no paré más. Finalmente, esa primera línea no quedó en ninguna parte, pero marcó en gran medida el tono de la novela”.

—La idea de meterse en casas vacías, de un pueblo fantasma, ¿viene de la imaginación o también tiene un anclaje en la realidad?

—Viene toda de la imaginación, sin dudas. Después de escribirla, pensé que esa es la metáfora de la soledad más absoluta, la de deambular solo, por un lugar donde no hay nadie. Y si lo hay, estos que ves no pueden verte, no podés relacionarte con ellos. No es la soledad romántica, esa que pretende escucharse a uno mismo, a su interior, sino que es la que se busca para escuchar a los demás. Cuando escribía la novela pensé en un contra fáctico: ¿qué hubiese pasado si no demolían la ciudad? Porque a la vieja Federación la vaciaron y demolieron, y a medida que la vaciaban, la iban tirando abajo: sacaban una familia de la casa y al minuto venían las bolas de acero y la destrozaba. La ciudad en Algo que nadie hizo se queda en pie, y como justo estaba leyendo El lugar de Mario Levrero y en un momento el personaje consigue salir al exterior y al salir se topa con una muralla inmensa como límite, también pensé: ‘¿y si también amurallan la ciudad?’. Entonces no solo la dejaban en pie, sino que la amurallaban para taparla y obstruir el ingreso. De esa manera se fue armando la historia, al menos la más visible.

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